domingo, 29 de marzo de 2009

CON GANAS DE REPETIRTE (Malekin)



Deja k te cuente como empezó todo: Un día decidí que serias mío, que iba a ir a por ti, inventándome cualquier excusa.
“Necesito k me cambies… (no se, algo…)” -no era importante, el que, me daba igual-, y por fin un flash, y te lo pido.

“Ningún problema yo te lo hago”.

Pensé: “ya eres mío”. Era tarde y ya no pensaba que fueses a venir. Llamaste a la puerta: “soy yo, Malekin”.
“Ah, sube”. Tu risa -esa que me hace enloquecer (definitivamente te tengo k follar)-.

“Gracias, ¿quieres un café?”.

“Si por favor”, dije mirándote el culo mientras tu forcejeabas con lo k estabas cambiando-. Me di cuenta de k me mordía el labio superior con sólo verte allí.

“Tómate el café”.

“Si, ya voy”.

Y de repente suena tu móvil; una historia con tu hijo que te hizo entristecer. Intente darte ánimos. Estuvimos largo rato hablando del tema. Puse varias veces mi mano en tu espalda, acariciándote. Tu te emocionabas hablando y te dije k en el fondo no eras tan duro, que eras como un niño cargado de sueños y miedos.

“¿Me dejas k te de un abrazo tierno?”.

“Por supuesto”.

Te giraste de inmediato y nos abrazamos suavemente, sintiendo tu corazón movido por la emoción y el mío latiendo como un caballo, cada vez más rápido. Lo tenia casi en la boca cuando te dije: “no me sueltes; quédate así un rato”.

“Por supuesto” contestaste, “si es lo que quieres precios mmm... preciosa.

“Dios, que me bese ya”- pensaba-, y asomaste la cabeza por detrás de mi nuca y me besaste; te separaste sólo un poco para mirarme y repetirme: “que preciosa eres”.

Así empezaron las caricias. Yo llevaba falda y no te fue difícil deslizar tus manos suavemente por mis muslos, subiendo poco a poco hacia mis pechos grandes. Te saciaste de ellos. Querías cogerlos ambos a la vez, te volvías loco.

En medio de mis gemidos, tus manos recorrían mi cuerpo; me mordisqueabas el cuello, lo besabas, lo lamías para así volverme loca.

Baje mi mano buscando entre tus pantalones. Estaba dura como… Te la acaricie suavemente pero con firmeza. Te pregunté al oído si me deseabas.

“Si, hace tiempo que te deseo”.

“Hazme el amor-te dije- así, suave, mi niño de hielo”. Te desabroche el pantalón. Tú me ayudaste y por fin estaba allí, entre mis manos, caliente, latiendo.

Me quité la camiseta y mis pechos aparecieron frente a ti. Me mirabas, me mordías los labios, besándolos, lamiéndolos, mientras yo estrechaba tu cabeza entre mis brazos y dirigía tu boca.

Tu mano ya estaba en mi entrepierna; sólo quedaba entre nosotros un fino y transparente tanga que deslizaste hacia un lado para meter tus dedos grandes en mi coño húmedo. Tus dedos resbalaban por fuera y se humedecían con mis fluidos mientras yo me retorcía como un pez.

“Mi niño, quítate los pantalones; hazme tuya”. Lo hiciste mientras yo me desprendía del tanga y me estiraba en el sofá dejando que admiraras mi cuerpo, dorado por el sol.

Enseguida estuviste encima de mí. Sentí tu cuerpo duro, musculoso. Me estaba volviendo loca. Te la agarré. No podía más. Quería sentirte dentro de mí.

La sentía latir en mi mano mientras la deslizaba por mi coño, empapándola con su humedad. Me penetraste con suavidad. Era como un guante: perfecta. Sólo sentirla entrar, escapó de mi boca un gemido arrancado desde lo mas profundo de mi cuerpo.

Me bombeaste así, suave, penetrándome, mientras me decías: “te deseo preciosa”.

“Así mi niño de hielo, hazme gozar”.

De vez en cuando te parabas, para evitar estallar de placer, irguiéndote, estirándote. Te empujé para que te quedaras sentado y entonces pase mis piernas por encima de las tuyas mientras te morreaba.

Me incorpore para mirarte a los ojos mientras mi mano la empujaba haciendo que entrase para después dejarme caer y sentirla hasta el fondo.

Ya eras mío; así entre mis piernas, cabalgando con mi melena rubia cayéndome por la espalda. Me agarrabas del cuello para acercarte a mi boca y comértela mientras sentías como me estremecía dentro.

No paramos; mirándote a los ojos, te dije: “mi niño me corro -ooo... “.

“Siii, córrete preciosa, te deseo”.

Nos corrimos como dos locos, morreándonos, gimiendo de placer, retorciéndome entre tus brazos. Resultaba tan excitante que bajé a lamer tu polla de todos nuestros jugos, así, suave, para que mil escalofríos recorrieran todo tu cuerpo.

Me cogiste la cabeza y me besaste, mientras me dabas las gracias por tanto placer…

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